sábado, 18 de abril de 2009

Multilingüismo (1)

"Más tarde llegué a comprender la enorme inversión de esperanza contra esperanza, de atenta inventiva, que mi padre realizó en mi educación. Y ello durante años de tormento público y privado, cuando la amarga necesidad de construir un futuro para nosotros a medida que el nazismo se aproximaba lo destruyó emocional y físicamente. Todavía me asombra la cariñosa astucia de sus mecanismos. Nunca se me permitía leer un nuevo libro hasta que no hubiese escrito y sometido a la valoración de mi padre un informe detallado del libro que acababa de leer. Si no había comprendido determinado pasaje –después de que mi padre hiciese su propia interpretación y aportase sus sugerencias-, tenía que leérselo en voz alta. En ocasiones, la voz puede aclarar un texto. Si seguía sin entenderlo, me obligaba a copiar el pasaje en cuestión. Y, con ello, aquel filón acababa normalmente por entregarse.
Aunque yo apenas era consciente de aquel esquema, mis lecturas se repartían de manera equilibrada entre el francés, el inglés y el alemán. Mi formación fue absolutamente trilingüe, y el entorno, siempre políglota. Mi radiante madre empezaba una frase en una lengua y la terminaba en otra. Una vez a la semana, una diminuta escocesa venía a casa para leer a Shakespeare conmigo. Entré en aquel mundo, no sé bien por qué, por medio de Ricardo III. Hábilmente, el primer parlamento que me obligaron a aprender de memoria no fue el de Gaunt, sino la despedida de Mowbray, con su mordiente música de exilio. Un académico refugiado me dio clases de latín y griego. Olía a jabón blando y a tristeza.
Yo no era capaz de concebir, y mucho menos de articular, el propósito que animaba el plan de mi padre. Aceptaba, con ánimo incondicional, la idea de que el estudio y el ansia de conocimiento eran los más naturales y definidos ideales. Conscientemente o no, aquel hombre irónico y escéptico había creado para su hijo un Talmud laico. Debía aprender a leer, a interiorizar la palabra y el comentario en la esperanza, por remota que fuese, de que un día tal vez sería capaz de proyectar sobre ese comentario, de añadir a la supervivencia del texto, un nuevo rayo de luz. Mi infancia se convirtió en un festival de exigencias."

George Steiner, Errata. El examen de una vida, Siruela, 1997, páginas 25-26

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