domingo, 18 de octubre de 2009

Filología catalana

Tuve el honor el jueves pasado de presentar, en Literanta, las memorias de Xavier Pericay (Filología catalana. Memorias de un disidente, Barataria, 2009 y Filologia catalana. Memòries d’un dissident, Destino, 2007). Son unas memorias “una mica particulars, una mica decantades cap a l’assaig polèmic”, y, yo diría, político, en las que la combinación de lo biográfico –vida vivida, experiencias, historia- y lo político, va alimentando una reflexión extraordinariamente iluminadora del hoy catalán y, más ampliamente, español.
Javier es catalán y filólogo. Filólogo lo es académicamente, puesto que es licenciado en filología catalana, lo ha sido profesionalmente durante quince o veinte años, y lo es en tanto que ciudadano ya que como filólogo-ciudadano llevó al espacio público sus cualificadas propuestas sobre la lengua –Grup d’Estudis Catalans. Sin embargo no es, curiosamente, filólogo catalán:
“Com més hi penso, més convençut estic que la filologia catalana no té gran cosa a veure amb la filologia. […]
[A] un filòleg català […] se li reconeix una autoritat en tot el que guarda relació amb Catalunya i els seus problemas. […] En realitat, en la mesura en què són experts en la llengua i en la mesura en què tota llengua, d’acord amb la teoria romàntica vindicada per gairebé tots els nacionalismes i, de forma notable, pel nacionalisme català, reflectéix una cosmovisió, se’ls fa dipositaris preferents d’aquesta cosmovisió. Si dominen la llengua, ¿com no han de dominar alhora el món que n’emana?”(p. 210)

Leo estas palabras de Javier como el punto de llegada de su reflexión de filólogo y de ciudadano, como el final de un largo diálogo de veinte o veinticinco años con su país y con sus colegas. Imagino que Javier comenzó ese diálogo pensado que él era un filólogo catalán –doblemente catalán: por catalán y por su especialidad filológica- para acabar constatando su exclusión de esa categoría dada la imposibilidad de una filología “normal” en Cataluña: la que correspondería a una lengua instrumental frente a la lengua simbólica del nacionalismo.
"Sí, jo, el traïdor, el botifler, l’espanyolista […] sóc dels que no varen escriure pràcticament mai ni una sola ratlla en castellà. Almenys fins al 2000. […] No sé fins a quin punt aquesta constància en l’ús exclusiu del idioma matern és fruit de la militància. O si cal atribuirla a la simple inèrcia. O la por de traspasar la línia. I encara caldria especificar de quina militància es tracta. Sense dubte, no de la patriótica. Sí, en canvi, de la que reclamava un espai no ideologitzat en el si de la lengua catalana, un espai neutre, desproveït d’abscessos sentimentals (p. 410).

El recorrido de Javier ha sido, sin duda, atípico: comienza en un impecable nacionalismo de izquierdas excelentemente adornado con su dedicación a la filología catalana, y acaba en el, digamos, exilio mallorquín y en el comienzo de su escritura en castellano. ¿Por qué? Sin duda por la confrontación entre sus ideas de libertad, de ciudadanía, de sociedad, de cultura, y las que se han desplegado en Cataluña en los últimos treinta años impulsadas por el nacionalismo catalán. O, quizás más exactamente, por la progresiva concreción de esas ideas frente a las del nacionalismo con su inequívoca sumisión de la libertad individual al proyecto colectivo, a cuyo servicio se ha puesto, también, la lengua.
Pero ¿por qué Javier se ha abierto a ciertas razones, a ciertos argumentos, que a muchos otros no han conmovido? ¿Por qué él ha llegado a un inequívoco rechazo del nacionalismo y tantos otros no? Para tratar entender eso sirven las memorias. Para tratar de entenderlo en Javier y para entenderlo en uno mismo, porque la peripecia de Javier y sus reflexiones pueden completar la propia experiencia y la propia reflexión.
Por ejemplo, Javier explica cómo era su medio familiar: su abuelo materno, médico, militante de la CEDA, fusilado al comienzo de la guerra. La familia de su padre, de izquierdas. Me pregunto si esa ascendencia diversa ideológica y socialmente puede haber ayudado a configurar una sensibilidad más abierta a la experiencia y a la reflexión y, por lo tanto, al cambio.
O su formación en el Liceo Francés, es decir, la relativa separación de los conflictos más puramente españoles y catalanes, y, a la vez, el contacto con la enseñanza pública francesa, con su expresa búsqueda del rigor y de la excelencia.
Y más allá de lo puramente personal está lo que pasaba alrededor, cosas que Javier no conoció cuando sucedieron, pero que nos cuenta ahora porque las considera enormemente significativas. Cosas que yo también ignoraba y que supongo que mucha gente ignora. Por ejemplo, la encuesta que la revista Taula de Canvi –revista de izquierdas, ya que estaba ligada al PSUC- dedicó a la cuestión “Escriure en castellà en Catalunya” en 1977. Se trataba de averiguar (cita de la revista):
“[si els] catalans (d’origen o de radicació) que s’expressen literàriament en llengua castellana […] són escriptors castellans o espanyols residents a Barcelona?,¿estan exclusivament vinculats a la cultura literària castellana o espanyola?,¿no pertanyen de cap manera a una cultura catalana no solamente tipificada por la llengua?,¿cal considerar-los com a fenomen conjuntural a liquidar a mesura que Catalunya assumeixi els seus propis òrgans de gestió política i cultural?” (p. 147).

El final del párrafo es demoledor: Fenómeno coyuntural a liquidar al disponer de órganos propios de gestión política y cultural. Los más conocidos hombres de letras contestaron en un sentido generalmente afirmativo a esta pregunta, lo que dice mucho del espíritu abierto, generoso e integrador con la que se iniciaba la nueva democracia.
Todas las respuestas merecen la pena, pero la de Luis Goitysolo me parece extraordinaria:
“després […] d’assegurar que només un referèndum podia dictaminar si els escriptors com ell eren un ‘fenomen conjuntural a liquidar’, concloïa el seu text de resposta –traduït del castellà, com indicava una nota a peu de plana- amb aquestes paraules: ‘Peró, no cal dir-ho, si el monolingüismo fos establert, jo l’acceptaria sense reserves. L’ùnica cosa inmodificable és que jo continuaré pensant i, per tant, escrivint, en castellà’.”

¿De dónde pudo salir tal sumisión, tal renuncia a la propia libertad, a la propia individualidad, como para aceptar que un referéndum pueda decidir en qué lengua se ha de poder escribir? Era, sin duda, el correlato perfecto de la convicción con la que los escritores en catalán manifestaban que, efectivamente, la escritura en castellano era un fenómeno coyuntural a liquidar.
Exactamente el espíritu contrario es el que muestran las memorias de Javier: independencia y valiente ejercicio de la crítica –incluida la crítica de sí mismo- frente a la presión de la tribu y a costa de la propia comodidad.
Volveré sobre ello.