Tras lo cual, Aquiles sacrifica a Licaón, hincado de rodillas.¡Insensato! No me hables de rescate ni me lo menciones.
Antes que el día fatal alcanzara a Patroclo,
grato de algún modo era para mi alma perdonar la
vida a los troyanos, y a muchos apresé vivos y vendí.
Pero ahora no ha de escapar de la muerte ninguno de todos
los troyanos que la divinidad arroje en mis manos ante Ilio,
y, sobre todo, ninguno de los hijos de Príamo.Por esa razón, amigo, vas a morir. ¿Por qué te lamentas así?
También Patroclo ha muerto, y eso que era mucho mejor que tú.
¿No ves cómo soy yo también de bello y de alto?Soy de padre noble, y la madre que me alumbró es una diosa.
Mas también sobre mí penden la muerte y el imperioso destino,
y llegará la aurora, el crepúsculo o el mediodía
en que alguien me arrebate la vida en la marcial pelea,
acertando con una lanza o una flecha, que surge de la cuerda.
Mi padre leyó el texto griego varias veces seguidas. Me hizo repetir las sílabas con él. Abrió el diccionario y la gramática. Como el dibujo de un mosaico de vivos colores oculto bajo la arena sobre el que se vierte agua, las palabras, las frases cobraron forma y significado para mí. Palabra tras palabra declamada, verso tras verso. Recuerdo nítidamente el asombro que en mi agitada y difícilmente madura conciencia infantil produjo la palabra amigo, en mitad de la frase mortal: «Por esa razón, amigo, vas a morir». Y la monstruosidad, en la medida en que era capaz de calibrarla, de la pregunta: «¿Por qué te lamentas así?» Muy despacio, prestándome su valiosa pluma Waterman, mi padre me permitió trazar algunos de los caracteres y los acentos griegos.
Y aguijoneando aún más mi curiosidad (aún habría de pasar algún tiempo hasta que descubrí que las traducciones de Homero no omitían los pasajes más emocionantes), como quien no quiere la cosa, mi padre me hizo una nueva proposición: « ¿Qué tal si aprendemos de memoria algunos versos de este episodio?». Para que la serena crueldad del mensaje de Aquiles, para que su dulce terror no nos abandonase jamás. ¿Quién iba a decirme, además, lo que encontraría sobre mi mesilla de noche al entrar a mi habitación? Salí disparado como una flecha, y allí estaba mi primer Homero. Puede que el resto no haya sido más que una apostilla a aquel momento."
George Steiner, Errata. El examen de una vida, Siruela, 1997, página 27
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