viernes, 12 de junio de 2009

Un poeta habla de UPyD

UPyD, Unión Progreso y Democracia, ha tenido un buen resultado en estas elecciones. Mucha gente de todas las tendencias ideológicas lo reconoce y he percibido verdadera simpatía y respeto en muchas personas de las que he recibido la enhorabuena. Supongo que, finalmente, el común de la gente percibe el esfuerzo que hemos hecho y la dificultad de nuestro empeño. Otra cosa es, naturalmente, si se comparten nuestras ideas o no. Ahí yo creo que las personas sensatas pueden disentir seriamente de nuestros planteamientos, pero admiten que son ideas políticamente razonables, es decir, susceptibles de entrar en el debate político para ser discutidas, argumentadas, confrontadas con otras ideas, y saben, además, que pueden recibir el apoyo de muchos ciudadanos.
Junto a mucha gente sensata está el hooligan autosatisfecho y cerril que dispone, además, regularmente, de espacio en los diarios en calidad de comentarista político y es frecuentemente categorizado como “escriptor”. ¿Alguien que no sea un hooligan escribiría cosas como estas: “la panda de forasteros y peligrosos despistados de UPyD”, “depredadores de nuestra cultura”, “asquerosos sapos inflados de veneno herederos de Rabasco”? (http://dbalears.cat/arxiu/pdf/466/4)
Dan ganas de responder en su mismo tono y comparar esos comentarios, con, por ejemplo, el rebuzno o la ventosidad, pero el tema es tan serio que difícilmente admite ni siquiera la ironía.
El problema no es que exista el hooligan, el tipo faltón y despreciativo que se siente orgulloso de llamar “sapos asquerosos” a miles de ciudadanos de toda condición que han ido a votar a UPyD -ciudadanos que, además, probablemente, en promedio, son gente más informada y más crítica que el conjunto de la ciudadanía: al fin y al cabo la presencia de UPyD en los medios de comunicación ha sido infinitamente menor que la de otras opciones políticas. El problema es que el hooliganismo se ha convertido en muchos ámbitos en un comportamiento loable mientras se ejerza sobre aquellos que se atreven a discutir cualquier política basada en la identidad, y que se ejerce con tal descaro que incluso mucha gente que, aún aceptando básicamente esas políticas basadas en la identidad, lo rechaza, se calla, sin embargo, para no ser incluida en la categoría de los malos, los antimalloquines, los que odian la cultura catalana, los que quieren minorizar la lengua, etc., etc.
Me apena –y en cierto modo me fascina- que un tipo que se autodescribe como “poeta, narrador y articulista de prensa”, que pertenece a una asociación de escritores (la AELC), que debe, por lo tanto leer de vez en cuando, y que vive en un país pacífico, básicamente libre, con un sistema de protección social avanzado –estoy hablando, naturalmente, de España- y que debe tener una vida bastante amable, sea capaz de mostrar con tal franqueza ese odio absurdo, y de hacerlo, además, con orgullo.
En fin, leámoslo una vez más: “colla de forasters i perillosos errats de comptes d’UPyD […] Malanats depredadors de la nostra cultura. Fastigosos calàpets inflats de verí hereus d’en Rabasco”. Leámoslo, porque si no, de tan absurdo, llegaremos a pensar que no es verdad, que lo hemos imaginado. Y conviene recordarlo porque no es una broma, es, sencillamente, inaceptable, y refleja una actitud que está en la raíz de muchos de los problemas políticos que han hecho surgir a UPyD.

sábado, 6 de junio de 2009

The Economist se fija en UPyD

En el último número de The Economist, un artículo dedicado a España: Zapped, que se ocupa de Zapatero, de sus trucos y de sus problemas, y, ¡caramba!, de UPyD y de Rosa Díez.
La prensa española, salvo excepciones, ignora a UNIÓN PROGRESO Y DEMOCRACIA. The Economist, sin embargo, que hace periodismo global de extraordinaria calidad, hace su trabajo y dedica su atención a UPyD. Si un observador no sectario, como The Economist, considera que UPyD es un fenómeno político importante, ¿por qué será que algunos grandes periódicos, como el Última Hora, de Baleares, o El Pais, le dedican escasa o nula atención? ¿Algo de sectarismo, quizás?